No hay plazo que no se cumpla ni fecha
que no se alcance: llegó el día en el que ya había establecido el diagnóstico
de este ex ministro enfermo de poder, llegó el día en el que le tenía que
comunicar al ex ministro cuál era su diagnóstico sobre la supuesta depresión
que le había ocasionado su ruina política; ni medicamentos contra la depresión,
ni gaitas escocesas, yo tenía que decirle la verdad pura y dura, y se la dije.
Le comenté en principio de cuentas que el hombre busca el poder, que el hombre
anhela el poder para mitigar el miedo a la muerte, porque el hombre poderoso se
siente seguro (aun cuando ese anhelo de poder le granjee muchos enemigos), un
hombre se siente protegido cuando tiene poder; le informé que su ansia
desmedida de poder no era sino una máscara que se ponía su medio infinito hacia
la muerte que le generó su depresión y sus pulsiones autodestructivas. Que era el
miedo de morirse la razón por la que los hombres, y los pueblos enteros, las
naciones enteras, deseaban ser más poderosas que los demás hombres, pueblos y
naciones, a fin de no temer nada de ellos. Así pues, esta ansia de poder es
infinita, insaciable, porque así es el miedo y la angustia hacia la muerte que
no se agota nunca sino hasta que ocurre la muerte misma.
A modo de colofón de mi plática sobre el
poder y el miedo, dije esta frase:
–El ejército de un país es del mismo
tamaño que la cobardía de sus habitantes.
Por si fuera poco le comenté al ex
ministro que el anhelo de poder también es una forma en la que se manifiesta la
venganza contra la vida, le comenté que él ansiaba el poder con tanta
intensidad, con tanta furia, porque deseaba vengarse de la manifestación de
poder más grande que tiene el ser humano, y que nos iguala a los dioses: la
procreación. La serpiente del Paraíso no mintió, la serpiente engañó a Adán y
Eva, pero también engañó a Yahvé: al final de cuentas Adán y Eva sí se parecieron
a los dioses (cosa que había prometido la serpiente que sucedería si ellos
comían del fruto prohibido, por medio de la cópula que ejercieron ambos para
dar origen al pueblo judío –y por desgracia a todos los pueblos, según la
mitología cristiana). Tal vez la serpiente no engañó a Yahvé, tal vez no engañó
a Adán y Eva, tal vez fue Yahvé el que nos ha engañado a todos, excepto a
Nietzsche, quien en uno de sus libros afirmó que la serpiente era un disfraz de
Yahvé. Que Yahvé se disfrazó de demonio el séptimo día para descansar de ser
Dios. Quizás Yahvé y Lucifer sean dos personalidades que conviven en un mismo
ente. Quizás el Viejo padezca el trastorno de la personalidad múltiple.
Pero dejemos las reflexiones filosóficas
para volver al caso del ex ministro que ansiaba el poder. En efecto, yo le
comenté que la mayor forma de poder que tiene el hombre es ejercer la facultad
de vida y de muerte sobre otra persona, que esto no nos iguala al Creador, pero
que nos acerca. La procreación es el mayor acto de poder al que puede aspirar
un hombre, pues decide la vida y por ende la muerte de otra persona. Ningún
tirano puede ejercer mayor poder, si acaso intenta emular este poder, si acaso
intenta vengarse de este poder fascista que ejercieron los padres sobre él,
ejecutando a su vez la facultad de vida y de muerte sobre otro ser humano.
Pilatos le dice a Jesucristo que su vida está en su poder, que él, Poncio,
puede decidir la vida y la muerte del pescador nazareno. Este le dice que ese
poder le viene de su padre eterno, el cual tiene poder sobre todos. Yo le
hubiera dicho otra cosa a Pilatos, le hubiera comentado que él se regodeaba de
ese poder de vida y muerte sobre mi persona, pero que ese poder era ficticio,
no era sino una forma de venganza resentida sobre el poder que ejercieron sus
padres al procrearlo. En realidad, Poncio hubiera querido tener ese poder sobre
sus padres para vengarse de la procreación. Pero esto no lo sabía Jesucristo, pues
él también tenía este afán de poder desmedido, él también estaba ciego de
poder: en su supuesto reino que está allende la muerte, el nazareno pensaba
vengarse de la facultad de vida y muerte que ejercieron sus padres sobre él,
cópula mediante, ejerciendo un poder eterno de salvación o condenación sobre
toda la humanidad. ¡Qué locura tan evangélica!
Así pues, este poder que tanto ha
mermado la democracia, no es sino un deseo de venganza contra los padres,
contra el poder que los padres ejercieron sobre nosotros (poder autoritario
donde los haya), por medio de la procreación.
–Usted alberga esta ansia infinita de
poder –le comenté al ex ministro–; porque desea vengarse del
poder que ejecutaron sus padres al procrearlo. Pero es un deseo estúpido,
porque esa venganza es imposible, no sirve de nada, no remedia nada. ¡El poder
es un engaño, el poder es una engañifa más de la conciencia que intenta mitigar
su miedo a la muerte, que intenta resarcirse de su impotencia ante la vida y la
muerte! ¡El poder es una de las mayores estupideces del hombre! Su supuesto
fracaso político no es sino una excusa que se ha inventado usted para
justificar las pulsiones autodestructivas, que son generadas por su
resentimiento neurótico contra la vida.
FRAGMENTOS DE EL ÁNGEL EXTERMINADOR