domingo, 27 de marzo de 2016

¿POR QUÉ SE GENERAN LAS ANSIAS INFINITAS DE PODER?

No hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se alcance: llegó el día en el que ya había establecido el diagnóstico de este ex ministro enfermo de poder, llegó el día en el que le tenía que comunicar al ex ministro cuál era su diagnóstico sobre la supuesta depresión que le había ocasionado su ruina política; ni medicamentos contra la depresión, ni gaitas escocesas, yo tenía que decirle la verdad pura y dura, y se la dije. Le comenté en principio de cuentas que el hombre busca el poder, que el hombre anhela el poder para mitigar el miedo a la muerte, porque el hombre poderoso se siente seguro (aun cuando ese anhelo de poder le granjee muchos enemigos), un hombre se siente protegido cuando tiene poder; le informé que su ansia desmedida de poder no era sino una máscara que se ponía su medio infinito hacia la muerte que le generó su depresión y sus pulsiones autodestructivas. Que era el miedo de morirse la razón por la que los hombres, y los pueblos enteros, las naciones enteras, deseaban ser más poderosas que los demás hombres, pueblos y naciones, a fin de no temer nada de ellos. Así pues, esta ansia de poder es infinita, insaciable, porque así es el miedo y la angustia hacia la muerte que no se agota nunca sino hasta que ocurre la muerte misma.

A modo de colofón de mi plática sobre el poder y el miedo, dije esta frase:
–El ejército de un país es del mismo tamaño que la cobardía de sus habitantes.

Por si fuera poco le comenté al ex ministro que el anhelo de poder también es una forma en la que se manifiesta la venganza contra la vida, le comenté que él ansiaba el poder con tanta intensidad, con tanta furia, porque deseaba vengarse de la manifestación de poder más grande que tiene el ser humano, y que nos iguala a los dioses: la procreación. La serpiente del Paraíso no mintió, la serpiente engañó a Adán y Eva, pero también engañó a Yahvé: al final de cuentas Adán y Eva sí se parecieron a los dioses (cosa que había prometido la serpiente que sucedería si ellos comían del fruto prohibido, por medio de la cópula que ejercieron ambos para dar origen al pueblo judío –y por desgracia a todos los pueblos, según la mitología cristiana). Tal vez la serpiente no engañó a Yahvé, tal vez no engañó a Adán y Eva, tal vez fue Yahvé el que nos ha engañado a todos, excepto a Nietzsche, quien en uno de sus libros afirmó que la serpiente era un disfraz de Yahvé. Que Yahvé se disfrazó de demonio el séptimo día para descansar de ser Dios. Quizás Yahvé y Lucifer sean dos personalidades que conviven en un mismo ente. Quizás el Viejo padezca el trastorno de la personalidad múltiple.

Pero dejemos las reflexiones filosóficas para volver al caso del ex ministro que ansiaba el poder. En efecto, yo le comenté que la mayor forma de poder que tiene el hombre es ejercer la facultad de vida y de muerte sobre otra persona, que esto no nos iguala al Creador, pero que nos acerca. La procreación es el mayor acto de poder al que puede aspirar un hombre, pues decide la vida y por ende la muerte de otra persona. Ningún tirano puede ejercer mayor poder, si acaso intenta emular este poder, si acaso intenta vengarse de este poder fascista que ejercieron los padres sobre él, ejecutando a su vez la facultad de vida y de muerte sobre otro ser humano. Pilatos le dice a Jesucristo que su vida está en su poder, que él, Poncio, puede decidir la vida y la muerte del pescador nazareno. Este le dice que ese poder le viene de su padre eterno, el cual tiene poder sobre todos. Yo le hubiera dicho otra cosa a Pilatos, le hubiera comentado que él se regodeaba de ese poder de vida y muerte sobre mi persona, pero que ese poder era ficticio, no era sino una forma de venganza resentida sobre el poder que ejercieron sus padres al procrearlo. En realidad, Poncio hubiera querido tener ese poder sobre sus padres para vengarse de la procreación. Pero esto no lo sabía Jesucristo, pues él también tenía este afán de poder desmedido, él también estaba ciego de poder: en su supuesto reino que está allende la muerte, el nazareno pensaba vengarse de la facultad de vida y muerte que ejercieron sus padres sobre él, cópula mediante, ejerciendo un poder eterno de salvación o condenación sobre toda la humanidad. ¡Qué locura tan evangélica!

Así pues, este poder que tanto ha mermado la democracia, no es sino un deseo de venganza contra los padres, contra el poder que los padres ejercieron sobre nosotros (poder autoritario donde los haya), por medio de la procreación.

–Usted alberga esta ansia infinita de poder –le comenté al ex ministro–; porque desea vengarse del poder que ejecutaron sus padres al procrearlo. Pero es un deseo estúpido, porque esa venganza es imposible, no sirve de nada, no remedia nada. ¡El poder es un engaño, el poder es una engañifa más de la conciencia que intenta mitigar su miedo a la muerte, que intenta resarcirse de su impotencia ante la vida y la muerte! ¡El poder es una de las mayores estupideces del hombre! Su supuesto fracaso político no es sino una excusa que se ha inventado usted para justificar las pulsiones autodestructivas, que son generadas por su resentimiento neurótico contra la vida.

FRAGMENTOS DE EL ÁNGEL EXTERMINADOR

domingo, 6 de marzo de 2016

EL ANARQUISMO ES UN NIHILISMO ABSOLUTO

O tal vez sea el anarquista empedernido al que tuve como paciente hace algunos años. Ese anarquista participaba activamente en uno de esos grupos antisistema que tanto pululan en épocas recientes (para desgracia de la humanidad). El anarquista empedernido era encarcelado cada dos por tres, debido a que participaba en trifulcas callejeras, quemaba contenedores, destruía las cajas automáticas de los bancos, y un larguísimo etcétera tan didáctico como enriquecedor. Fueron tantas las veces que ingresó a prisión, que un juez determinó que un psiquiatra debía atender al paciente para que pudiera canalizar toda su rabia (como si eso fuese posible). Está de más informar que el juez me endilgó este caso a mí, pues yo siempre acepto con muchas ganas a toda la fauna que ingresa en prisión por alguna causa u otra. Deben ser estas pulsiones autodestructivas mías que tanto me acucian a tratar pacientes de las índoles más variopintas y peligrosas, y que me impulsa a otorgarles mi diagnóstico tan atinado como ominoso.

Así pues, durante un año tuve que tratar a un anarquista empedernido que nunca estuvo por la labor de colaborar para la rehabilitación de su furia desencadenada. Antes bien, tuve a un paciente que siempre me confrontaba, que aseveraba que el psiquiatra es un acomplejado burgués que se siente superior a los pacientes a los que expolia con falsos análisis humillantes, debido a que es un capitalista explotador y malnacido.

–Su diagnóstico sobre los psiquiatras es muy atinado…
Usted debería ser psiquiatra.


Está de más aclarar que mi broma no le hizo ninguna gracia. Al anarquista empedernido le gustaba confrontar a la gente, pues a mí también, un poquito. Yo dejé que el anarquista empedernido se desfogara, dejé que despotricara contra todo el mundo, dejé que expresara sus deseos “redentores de salvar a la humanidad”, asesinando a todos los políticos fascistas que no hacen sino aplastar al pueblo que los eligieron. Dejé que mostrara su odio furibundo a todos los políticos, banqueros, etcétera, etcétera.

Finalmente, llegó la hora del diagnóstico: le comuniqué al anarquista empedernido que la vida no es sino caminar sobre una cuerda floja encima de un abismo perturbador, oscuro, terrible (sabiendo que a fin de cuentas algún día caeremos en ese abismo). Esta circunstancia genera mucha angustia en el hombre, angustia que ocasiona dolor y resentimiento contra la vida misma. Le dije que la conciencia de la muerte intenta aplacar y reprimir ese resentimiento contra la vida y contra los padres, pero que el resentimiento neurótico logra eludir la acción represora de la conciencia colocándose una máscara. Dado que desear la muerte de los padres es muy horripilante para esa conciencia represora, el resentimiento larvado se disfraza: se manifiesta como un deseo de matar a personas que se parecen a los padres, como los políticos. El anarquista odia el fascismo, porque odia la cópula tan despótica que los padres consumaron para engendrarlo.

–¿Qué leches está usted tratando de decirme: que yo quiero matar a mis padres?

–Es correcto. Usted quiere matar a sus padres porque se odia a sí mismo. Esta es la razón oculta de su anarquismo tan galopante. El anarquismo es un nihilismo absoluto.

Todos albergamos a un salvaje anarquista que de súbito aparece, el del anarquista empedernido aparecía con mayor frecuencia. Está de más aclarar que intentó destruir mi despacho capitalista (aunque no cobro tanto, la verdad sea dicha). En efecto, después de que yo le comunicara mi diagnóstico el anarquista intentó destruir mi despacho, arrojó una silla contra la pared, la otra contra la ventana que rompió (por suerte la silla cayó al pavimento de la calle sin causar ningún daño a ningún transeúnte). De pronto, el anarquista empedernido agarró un cenicero y volteó hacia un cuadro al que le tengo mucho cariño, pues lo heredé de mi abuelo. Intenté detenerlo con la retórica:

–¡Tú quieres matar a todos los políticos, porque odias y quieres matar a tus padres, porque odias haber nacido! ¡No te engañes a ti mismo!

Acto seguido el anarquista intentó agredirme pero yo logré evadir su golpe, contragolpeando con un puñetazo limpio en su nariz que lo arrojó al suelo. Lástima que no había ningún árbitro pugilístico que contara hasta diez. El problema fue que unos días más tarde el anarquista estuvo a punto de incendiar mi consultorio, lo pudo evitar mi secretaria, quien llamó a la policía. El anarquista fue internado en prisión por enésima vez, y juró vengarse de mi persona y de mi diagnóstico capitalista.

domingo, 14 de febrero de 2016

EL EGO ES UNA TONTERÍA SUPINA

El hombre siente tanto miedo hacia la muerte, tanto repudio y rechazo, que intenta por todos los medios a su alcance mitigar dicho miedo y dicha angustia que le provoca la incertidumbre ante lo que pudiere ocurrir tras el desenlace fatídico. La obsesión por el éxito, por ser el mejor, el triunfador, no es sino un intento estéril por parte del ego de fortalecerse ante la muerte. No obstante, ocurre lo que siempre ocurre con el hombre: dicho éxito, dichos triunfos que encumbran al ego ante la sociedad no ocasionan sino que el hombre tenga más miedo a la muerte, incrementa su vértigo a la caída al precipicio fatal cuanto más se eleva el ego inflado por los éxitos y triunfos sin fin. El ego es un globo que se infla y se infla por miedo al abismo que está por debajo de esa cuerda floja en la que tiene que transitar (tránsito, ya lo hemos dicho, que llamamos vida), tanto miedo tiene el ego en su funambulismo vital, que intenta elevarse lo más posible (muchas veces necesita pisotear a los demás para que funjan como escalones de una escalera absurda que conduce hacia ninguna parte), el problema es que cuanto más se eleva, tanto más vértigo siente hacia la caída; cuanto más se infla este globo al que llamamos ego, tanto más pánico genera de romperse y precipitarse hacia el vacío. La obsesión por el éxito no es sino miedo a la muerte, y nada más.
Paradójicamente, este éxito ocasiona que el hombre tenga más miedo y sienta una mayor frustración hacia el colapso absoluto de su ego, puesto que considera que la muerte es una injusticia perpetrada contra su ego tan grandioso. ¿Cómo voy a morirme yo que soy el mejor en esta o en aquella bobería? ¿Cómo voy a morirme yo, cómo va a desaparecer este ego tan fantástico que tengo? Pues sí, ese ego tan fantástico perece y desaparece al igual que se muere una rosa y se marchitan sus pétalos, al igual que perece una insignificante mosca. ¿Se echa de ver ya en cuántas estupideces incurre eso que llamamos ego en su afán de mitigar el miedo a la muerte?
El hombre infla su ego por miedo a la muerte, para ello pisotea a los demás, para ello necesita de la opinión de los demás, necesita de los halagos de los demás (como los adolescentes que necesitan sentirse aceptados por los demás para construir su personalidad, esos adolescentes que se transforman en hombres por medio de un proceso lastimoso que ocasiona la conciencia de la muerte); el hombre necesita que los demás lo aceptan, que le brinden una admiración desmedida, que reconozcan sus cualidades y sus talentos, que los ponderen con entusiasmo, el hombre necesita que las mujeres lo amen, lo idolatren (la aquiescencia de cada mujer a los requiebros sexuales de un donjuán no es sino el aire que infla el globo del ego del mujeriego); he aquí el circo que ha montado la conciencia para paliar su angustia tan terrible hacia la incertidumbre de la muerte, he aquí el circo surrealista que la conciencia necesita ensamblar para mitigar un poco el miedo a la muerte. No inflemos a ese globo que se llama ego pues cuanto más se infla y más se eleva, tanto más miedo tiene de desinflarse y de precipitarse al vacío. El ego es una tontería supina. La conciencia es la loca de la casa.



miércoles, 20 de enero de 2016

¿QUÉ GENERA LA ABLACIÓN GENITAL FEMENINA?

De todos los pacientes tan variopintos que he tenido uno de los más enloquecedores fue una mujer africana que fue detenida porque practicó ilegalmente en España la ablación genital de su hija. La señora era de armas tomar, y en el juicio en su contra por haber perpetrado dicha barbaridad, intentó agredir al juez que dictaminó una sentencia desfavorable. El juez era amigo mío y me pidió que tratara a esta paciente que gritaba a los cuatro vientos que ella podía hacer con su hija lo que ella quisiera, que para eso la había engendrado. Yo la traté unas cuantas sesiones, no obstante, al darme cuenta de que nuestra terapia no iba a ninguna parte, le mostré a la señora cuán retorcida y enfermiza era su obsesión de lastimar a su hija en sus genitales:

–Lo que usted en realidad desea es practicar la ablación genital en su madre, porque usted ha engendrado mucho asco contra su propia vida.

(Siempre procuro utilizar el usted con los pacientes para mantener una sana distancia, para no personalizar, para que el paciente no sienta que lo estoy agrediendo ni ofendiendo cuando tengo que decir una verdad muy incómoda y más dolorosa.)

La señora africana montó en cólera, furibunda intentó agredirme con varios objetos, intentó pegarme con sus manos, por suerte, desde niño yo soy aficionado al boxeo, y tuve la pericia para esquivar sus golpes y para reducirla, a pesar de que era fuerte como un toro. Es muy peligroso esto de ser un psiquiatra que tiene la manía de espetar verdades como puños en las caras de sus pacientes.

En efecto, esta manía tan enfermiza que tienen las mujeres africanas que practican la ablación genital de sus hijas, de sus nietas o de sus sobrinas, es una muestra más de este resentimiento tan demencial que ha engendrado la conciencia de la muerte. Las mujeres africanas que practican dicha atrocidad están liberando el resentimiento larvado que tienen contra su propia vida, contra la sexualidad, un resentimiento neurótico que les provoca trastornos de ansiedad y angustia. En realidad, querrían practicar dichas ablaciones en los genitales de sus madres, no obstante, ni las madres lo permitirían, amén de que las conciencias de esas mujeres reprimen ese deseo con vehemencia, con desazón, pues sería autodestructivo, toda vez que sería demasiado inquietante, pero menos aberrante que practicarlas en sus hijas. 

Ellas, las niñas, son las víctimas del miedo y el rechazo hacia la muerte de sus propias madres, abuelas o tías, las cuales abrigan tanto pavor y repudio hacia la muerte, tanto odio hacia la sexualidad, que incurren en la aberración demencial de practicar una atrocidad en las hijas, la ablación genital (las pulsiones de dañar a los genitales, como la violación, es uno de los trastornos que genera el resentimiento neurótico contra la vida), cuando en verdad querrían perpetrar dicha ablación genital en sus madres, a fin de desfogar el asco que han engendrado contra su propia vida. Así de enfermiza, así de retorcida, así de estólida y de absurda es esa loca de la casa a la que llamamos conciencia.





domingo, 10 de enero de 2016

¿QUÉ ORIGINA LA AVARICIA CAPITALISTA?

Recuerdo que le platiqué a Érika mi teoría sobre el capitalismo, sobre la avaricia capitalista. Le comenté que el dinero es Proteo (Borges dixit), por esta facilidad que tiene para transmutarse en otra cosa: escribió el cuentista argentino que el dinero puede ser un concierto de Brahms, puede ser una partida de ajedrez. Lo que el escritor argentino nos quiso decir es que el dinero puede transmutarse por algo que le produzca placer, pero yo no estoy tan de acuerdo, pues la codicia consiste en acumular capitales, en aumentar el patrimonio como un fin en sí mismo, justo por ello la avaricia capitalista no reporta ningún placer, ahorrar y ahorrar cada vez más dinero, acaparar riquezas a destajo, como hacen los avaros (como adoctrinaba Benjamin Franklin), no produce ningún placer, antes bien, cuanto más dinero acumula el avaro, tanto más se angustia de perderlo. 

Todos hemos leído o visto esas comedias deliciosas sobre los avaros que han escrito geniales dramaturgos como Plauto y Moliere, en esas obras podemos disfrutar de una farsa esperpéntica que representa al avaro y su miedo de perder su dinero (que no es sino un disfraz del miedo a la muerte). Esos avaros mueven a risa porque la acumulación de dinero y más dinero sólo le provoca conflictos sin fin, manías, obsesiones y paranoias que le impiden disfrutar de un solo penique de los que ha ahorrado con tesón y con mucho esfuerzo. La realidad no está muy alejada de esas comedias geniales sobre los avaros.

Yo considero que la acumulación de riquezas (ya sea dinero, tierra, esclavos; en el Imperio egipcio se acumulaba sal, se pagaba con sal, de donde viene la palabra latina salarium: salario); no es sino una forma de enmascarar el miedo a la muerte, pues el avaro asocia el dinero que ha acumulado, la fortuna que ha amasado, con el tiempo que le queda por vivir. Pues el dinero sobre todo se utiliza para transmutarlo por el alimento que necesitamos para vivir. A mi modo de ver las cosas, para el avaro la bancarrota es una metáfora de la muerte (y no sólo una metáfora: recordemos cuánta gente se suicidó a raíz del crack de la bolsa de Nueva York en el año de 1929).

La gente que sólo piensa en el dinero, esa gente cuya vida gira en torno al dinero, a la acumulación de capital, no sabe que esa avaricia capitalista no es sino un apego temeroso hacia la vida, es un impulso ciego, estólido e insaciable de mitigar el miedo a la muerte. Cuanto más dinero tiene una persona, tanto más seguridad cree tener, tanto más poder cree detentar (el poder no es sino miedo a la muerte), esa persona cree que el dinero le proporciona una especie de protección ante la muerte, esa persona asocia el dinero con una especie de inmortalidad absurda, justo por ello el avaro se angustia cuando pierde el dinero, porque cree que está perdiendo parte de su vida, cree que las monedas sórdidas y mezquinas que se escapan de sus manos son segundos de su vida que se van disipando. 

Yo tuve a un paciente muy avaro que tenía más miedo a la ruina que a la muerte, así se engañaba a sí mismo. Tan absurda es la condición humana, que durante nuestra terapia el paciente se enteró de que le quedaban pocos meses de vida (no más de seis), el paciente tan rácano me confesó que se sintió aliviado cuando supo que sólo le quedaban seis meses de vida, pues tenía suficiente dinero para vivir. Somos tan aberrantes los seres humanos, nos engañamos tanto a nosotros mismos, que llegamos a considerar que el dinero es más importante que la vida misma. A nadie sorprende que un ser humano esté dispuesto a arriesgar su vida con tal de conseguir una buena cantidad de dinero.

La avaricia capitalista es una de las trampas más tozudas, más ladinas y más esperpénticas que ha creado la conciencia para mitigar el miedo a la muerte.

domingo, 27 de diciembre de 2015

¿QUÉ ES LA CONCIENCIA?

Este miedo y repudio hacia la muerte genera el malestar adolescente que la misma conciencia reprime de forma preconsciente para protegerse de la angustia; por tanto, es del todo evidente que se trata de un resentimiento neurótico, patológico. La pregunta es contra quién está resentido el hombre, la respuesta es muy sencilla: contra sí mismo. El hombre alberga e incuba un resentimiento larvado contra sí mismo, contra sus padres (que lo condenaron a muerte de la forma más autoritaria posible), el hombre alberga este resentimiento tan neurótico contra sus dioses (bien que lo saben los cristianos, que se regodean crucificando todos los días a su dios). Es tan virulento este resentimiento contra todos y contra sí mismo, que la conciencia debe reprimir dicho resentimiento agazapado, a fin de que no se transmute en violencia, a fin de no matar a nuestros padres, a fin de no matarnos a nosotros mismos, justo por ello dicho resentimiento se acumula y se incrementa a pesar de la acción represora de la conciencia, generando una neurosis obsesiva que no obstante necesita desahogarse, busca ciegamente en quién descargarse, necesita desfogarse ya sea como rabia, cólera o violencia pura y dura; para evadir la acción represora de la conciencia este resentimiento tan cáustico se disfraza con muchas máscaras, a fin de engañar a esa conciencia que lo reprime (algo parecido ocurre en la neurosis de transferencia del psicoanálisis). La mente se engaña a sí misma de una forma absolutamente desquiciante.


Yo he estudiado detenidamente a esta conciencia, he analizado cómo actúa en los pacientes neuróticos que he tenido, y ya he elaborado toda una teoría sobre la conciencia de la muerte. He concluido que la conciencia tiene tres grandes estructuras psíquicas: el superego, el infraego y el protoego. El primero es muy parecido al superyó del psicoanálisis, pero con algunos matices muy importantes. El superego que yo he analizado comporta las represiones morales, éticas, sociales (amén de los sentimientos de culpa), de esa conciencia que no tolera lo que ella misma ha engendrado de forma preconsciente: el malestar contra la vida misma por miedo a la muerte, justo por ello lo reprime, para protegerse de la angustia que se originaría al tener conciencia de ese malestar; amén de que reprime al instinto sexual, porque es el origen de esa vida que produce tanto malestar. 

La segunda gran estructura psíquica es el infraego, es la parte inconsciente y preconsciente que genera la misma conciencia (yo llamo al infraego como el sótano en el que debemos guardar todo aquello que nos avergüenza, todo aquello que es peligroso, todos aquellos secretos inconfesables que son tan perturbadores que nos pueden incitar al suicidio). El infraego comporta los complejos y mecanismos que son engendrados por la misma conciencia, de forma preconsciente, en aras de esconder y reprimir una realidad a la que no se puede enfrentar, convirtiendo el resentimiento en una neurosis obsesiva compulsiva, en algunos casos, o en una neurosis histérica fóbica (la fobia más común es la aversión hacia las pulsiones sexuales, la erotofobia).

La tercera gran estructura psíquica es el protoego, que consta de los mecanismos que la conciencia crea para mitigar el miedo a la muerte. Este protoego está formado por una gran parte consciente, pero también tiene una porción inconsciente. Los mecanismos absurdos del protoego son, por ejemplo, la memoria, la solidaridad, el amor al prójimo. Estos son creados por la conciencia para mitigar el miedo a la muerte.

Así pues, la conciencia está formada por el superego (las represiones morales); el infraego, que alberga al resentimiento neurótico engendrado por esta misma conciencia, amén de las pulsiones autodestructivas; y el protoego, que comporta los mecanismos aberrantes creados por la conciencia para paliar el miedo a la muerte. Hete aquí lo que conocemos como conciencia. Una caja de sorpresas a cuál más estrambótica.

Resumiendo: la conciencia genera este malestar contra sí misma, contra la vida, un malestar que debe reprimir de forma preconsciente, pues es demasiado inquietante, es absolutamente intolerable, pues podría ocasionar el suicidio. Es tan fuerte y tan virulento este malestar que debe ser reprimido, debe permanecer inconsciente para protegerse de la angustia y desazón edípicas. Todos los mecanismos, formaciones, complejos y reacciones de la represión inconsciente de ese resentimiento neurótico es lo que hemos llamado infraego. Mi labor, precisamente, es lograr que el paciente haga consciente lo que su misma conciencia hizo inconsciente por medio de la represión. El resentimiento patológico retorna de lo reprimido como síntomas neuróticos que hay que descubrir y analizar.

Fragmento de EL ÁNGEL EXTERMINADOR.


domingo, 20 de diciembre de 2015

LAS PULSIONES AUTODESTRUCTIVAS

Desde que inicié mi carrera universitaria como psiquiatra, una pregunta ha rondado mi cabeza, una pregunta terrible me ha quitado el sueño en muchas ocasiones: ¿cómo llega al hombre a odiarse tanto a sí mismo como para desear destruirse? He dedicado mucho tiempo de mi carrera como psiquiatra, he dedicado mucho tiempo de mi vida a estudiar y analizar la fuente de la que brotan las pulsiones autodestructivas, ese deseo malsano y enfermizo del ser humano de autodestruirse. Lo que yo deseaba era llegar hasta la raíz etiológica del problema, hasta la sustancia y la esencia de dicha pulsiones de muerte que tiene el ser humano contra sí mismo. He llegado a una conclusión que algunos amigos míos han calificado como brillante: el hombre desea destruirse, el hombre alberga tanto odio sobre mí mismo como para destruirse, a causa del miedo a la muerte. Es una gran paradoja.
Cabe señalar que cuando hablo del miedo a la muerte, no solo me refiero a ese miedo físico ante la muerte, sino a muchas otras cosas más. En principio, hay que decir que ese miedo es engendrado primero por el conocimiento que tiene el hombre de su propio fin, de su propia muerte. El hombre es el único animal que genera y abriga este miedo intelectual hacia la muerte. No obstante, hay muchos más sentimientos y emociones, además del miedo, que lo acompañan y que generan ese resentimiento larvado contra sí mismo.
Hemos dicho que el conocimiento de nuestra propia muerte es lo que origina ese miedo intelectual, ahora bien, me parece pertinente llamar a las cosas por su nombre: ese conocimiento sobre nuestra propia muerte no es sino la conciencia. La conciencia de la muerte. Esa cosa terrible que surge en la adolescencia y que como una levadura transforma al niño en un hombre. Es como una levadura porque dicha metamorfosis es dura, comporta mucho sufrimiento, como si nuestras entrañas se estuviesen fermentando. Es una fermentación acética que transforma el vino en vinagre. El vino de Dionisos se torna vinagre amargo, resentido. Es una trasmutación que ocasiona que el ser humano deje de vivir en el Paraíso terrenal para recalar en este valle de lágrimas.
Esta conciencia de la muerte, según mis indagaciones, contiene muchas estructuras psíquicas, muchos pliegues, muchos recovecos oscuros que ella misma ha generado pero que no se atreve a escudriñar por miedo. Pues, en principio, es la responsable de que se genere el miedo a la muerte, pero no sólo genera este sentimiento, sino muchos más: también genera un repudio malsano y enfermizo hacia la muerte, una negación de la muerte que impulsa al hombre a concebir disparates supinos con tal de vencer a dicha muerte (el mayor disparate es la resurrección de los cuerpos en la que creen varias religiones). Asimismo, la conciencia genera angustia ante la muerte, ante la incertidumbre de la muerte, de lo que pueda existir o no más allá de sus fronteras (esta angustia es un potente acicate que arrastra al hombre hacia el abismo del suicidio). También genera la conciencia una desazón metafísica de saber que estamos atrapados entre dos eternidades oscuras, que detrás de nosotros no hay más que un abismo eterno y perturbador, y delante de nosotros nos espera otro similar, tal vez mucho más aterrador. Así pues, la conciencia no sólo genera el miedo intelectual hacia la muerte, sino auténtico pavor, un miedo mucho más enfermizo que se mezcla con el repudio y con la angustia hacia la muerte, además de una congoja metafísica de estar vivo en un laberinto de misterios inexplicables. Turbulenta, aciaga y apesadumbrada es la vida del ser humano. Somos el juguete de un Destino voraz y truculento.
De esta angustia, dolor, sufrimiento, malestar devenido resentimiento neurótico contra sí mismo, surgen la rabia, la agresividad hacia los demás, pero, también, las pulsiones autodestructivas.