Recuerdo que le platiqué a Érika mi teoría sobre el
capitalismo, sobre la avaricia capitalista. Le comenté que el dinero es Proteo (Borges dixit), por esta facilidad que tiene
para transmutarse en otra cosa: escribió el cuentista argentino que el dinero
puede ser un concierto de Brahms, puede ser una partida de ajedrez. Lo que el
escritor argentino nos quiso decir es que el dinero puede transmutarse por algo
que le produzca placer, pero yo no estoy tan de acuerdo, pues la codicia
consiste en acumular capitales, en aumentar el patrimonio como un fin en sí
mismo, justo por ello la avaricia capitalista no reporta ningún placer, ahorrar
y ahorrar cada vez más dinero, acaparar riquezas a destajo, como hacen los
avaros (como adoctrinaba Benjamin Franklin), no produce ningún placer, antes
bien, cuanto más dinero acumula el avaro, tanto más se angustia de perderlo.
Todos
hemos leído o visto esas comedias deliciosas sobre los avaros que han escrito
geniales dramaturgos como Plauto y Moliere, en esas obras podemos disfrutar de
una farsa esperpéntica que representa al avaro y su miedo de perder su dinero
(que no es sino un disfraz del miedo a la muerte). Esos avaros mueven a risa
porque la acumulación de dinero y más dinero sólo le provoca conflictos sin
fin, manías, obsesiones y paranoias que le impiden disfrutar de un solo penique
de los que ha ahorrado con tesón y con mucho esfuerzo. La realidad no está muy
alejada de esas comedias geniales sobre los avaros.
Yo considero que la acumulación de
riquezas (ya sea dinero, tierra, esclavos; en el Imperio egipcio se acumulaba
sal, se pagaba con sal, de donde viene la palabra latina salarium: salario); no es sino una forma de enmascarar el miedo a
la muerte, pues el avaro asocia el dinero que ha acumulado, la fortuna que ha
amasado, con el tiempo que le queda por vivir. Pues el dinero sobre todo se
utiliza para transmutarlo por el alimento que necesitamos para vivir. A mi modo
de ver las cosas, para el avaro la bancarrota es una metáfora de la muerte (y
no sólo una metáfora: recordemos cuánta gente se suicidó a raíz del crack de la
bolsa de Nueva York en el año de 1929).
La gente que sólo piensa en el dinero,
esa gente cuya vida gira en torno al dinero, a la acumulación de capital, no
sabe que esa avaricia capitalista no es sino un apego temeroso hacia la vida,
es un impulso ciego, estólido e insaciable de mitigar el miedo a la muerte.
Cuanto más dinero tiene una persona, tanto más seguridad cree tener, tanto más
poder cree detentar (el poder no es sino miedo a la muerte), esa persona cree
que el dinero le proporciona una especie de protección ante la muerte, esa
persona asocia el dinero con una especie de inmortalidad absurda, justo por
ello el avaro se angustia cuando pierde el dinero, porque cree que está
perdiendo parte de su vida, cree que las monedas sórdidas y mezquinas que se
escapan de sus manos son segundos de su vida que se van disipando.
Yo tuve a un
paciente muy avaro que tenía más miedo a la ruina que a la muerte, así se
engañaba a sí mismo. Tan absurda es la condición humana, que durante nuestra
terapia el paciente se enteró de que le quedaban pocos meses de vida (no más de
seis), el paciente tan rácano me confesó que se sintió aliviado cuando supo que
sólo le quedaban seis meses de vida, pues tenía suficiente dinero para vivir.
Somos tan aberrantes los seres humanos, nos engañamos tanto a nosotros mismos,
que llegamos a considerar que el dinero es más importante que la vida misma. A
nadie sorprende que un ser humano esté dispuesto a arriesgar su vida con tal de
conseguir una buena cantidad de dinero.
La avaricia capitalista es una de las
trampas más tozudas, más ladinas y más esperpénticas que ha creado la
conciencia para mitigar el miedo a la muerte.
FRAGMENTO DE EL ÁNGEL EXTERMINADOR
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