domingo, 27 de marzo de 2016

¿POR QUÉ SE GENERAN LAS ANSIAS INFINITAS DE PODER?

No hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se alcance: llegó el día en el que ya había establecido el diagnóstico de este ex ministro enfermo de poder, llegó el día en el que le tenía que comunicar al ex ministro cuál era su diagnóstico sobre la supuesta depresión que le había ocasionado su ruina política; ni medicamentos contra la depresión, ni gaitas escocesas, yo tenía que decirle la verdad pura y dura, y se la dije. Le comenté en principio de cuentas que el hombre busca el poder, que el hombre anhela el poder para mitigar el miedo a la muerte, porque el hombre poderoso se siente seguro (aun cuando ese anhelo de poder le granjee muchos enemigos), un hombre se siente protegido cuando tiene poder; le informé que su ansia desmedida de poder no era sino una máscara que se ponía su medio infinito hacia la muerte que le generó su depresión y sus pulsiones autodestructivas. Que era el miedo de morirse la razón por la que los hombres, y los pueblos enteros, las naciones enteras, deseaban ser más poderosas que los demás hombres, pueblos y naciones, a fin de no temer nada de ellos. Así pues, esta ansia de poder es infinita, insaciable, porque así es el miedo y la angustia hacia la muerte que no se agota nunca sino hasta que ocurre la muerte misma.

A modo de colofón de mi plática sobre el poder y el miedo, dije esta frase:
–El ejército de un país es del mismo tamaño que la cobardía de sus habitantes.

Por si fuera poco le comenté al ex ministro que el anhelo de poder también es una forma en la que se manifiesta la venganza contra la vida, le comenté que él ansiaba el poder con tanta intensidad, con tanta furia, porque deseaba vengarse de la manifestación de poder más grande que tiene el ser humano, y que nos iguala a los dioses: la procreación. La serpiente del Paraíso no mintió, la serpiente engañó a Adán y Eva, pero también engañó a Yahvé: al final de cuentas Adán y Eva sí se parecieron a los dioses (cosa que había prometido la serpiente que sucedería si ellos comían del fruto prohibido, por medio de la cópula que ejercieron ambos para dar origen al pueblo judío –y por desgracia a todos los pueblos, según la mitología cristiana). Tal vez la serpiente no engañó a Yahvé, tal vez no engañó a Adán y Eva, tal vez fue Yahvé el que nos ha engañado a todos, excepto a Nietzsche, quien en uno de sus libros afirmó que la serpiente era un disfraz de Yahvé. Que Yahvé se disfrazó de demonio el séptimo día para descansar de ser Dios. Quizás Yahvé y Lucifer sean dos personalidades que conviven en un mismo ente. Quizás el Viejo padezca el trastorno de la personalidad múltiple.

Pero dejemos las reflexiones filosóficas para volver al caso del ex ministro que ansiaba el poder. En efecto, yo le comenté que la mayor forma de poder que tiene el hombre es ejercer la facultad de vida y de muerte sobre otra persona, que esto no nos iguala al Creador, pero que nos acerca. La procreación es el mayor acto de poder al que puede aspirar un hombre, pues decide la vida y por ende la muerte de otra persona. Ningún tirano puede ejercer mayor poder, si acaso intenta emular este poder, si acaso intenta vengarse de este poder fascista que ejercieron los padres sobre él, ejecutando a su vez la facultad de vida y de muerte sobre otro ser humano. Pilatos le dice a Jesucristo que su vida está en su poder, que él, Poncio, puede decidir la vida y la muerte del pescador nazareno. Este le dice que ese poder le viene de su padre eterno, el cual tiene poder sobre todos. Yo le hubiera dicho otra cosa a Pilatos, le hubiera comentado que él se regodeaba de ese poder de vida y muerte sobre mi persona, pero que ese poder era ficticio, no era sino una forma de venganza resentida sobre el poder que ejercieron sus padres al procrearlo. En realidad, Poncio hubiera querido tener ese poder sobre sus padres para vengarse de la procreación. Pero esto no lo sabía Jesucristo, pues él también tenía este afán de poder desmedido, él también estaba ciego de poder: en su supuesto reino que está allende la muerte, el nazareno pensaba vengarse de la facultad de vida y muerte que ejercieron sus padres sobre él, cópula mediante, ejerciendo un poder eterno de salvación o condenación sobre toda la humanidad. ¡Qué locura tan evangélica!

Así pues, este poder que tanto ha mermado la democracia, no es sino un deseo de venganza contra los padres, contra el poder que los padres ejercieron sobre nosotros (poder autoritario donde los haya), por medio de la procreación.

–Usted alberga esta ansia infinita de poder –le comenté al ex ministro–; porque desea vengarse del poder que ejecutaron sus padres al procrearlo. Pero es un deseo estúpido, porque esa venganza es imposible, no sirve de nada, no remedia nada. ¡El poder es un engaño, el poder es una engañifa más de la conciencia que intenta mitigar su miedo a la muerte, que intenta resarcirse de su impotencia ante la vida y la muerte! ¡El poder es una de las mayores estupideces del hombre! Su supuesto fracaso político no es sino una excusa que se ha inventado usted para justificar las pulsiones autodestructivas, que son generadas por su resentimiento neurótico contra la vida.

FRAGMENTOS DE EL ÁNGEL EXTERMINADOR

domingo, 6 de marzo de 2016

EL ANARQUISMO ES UN NIHILISMO ABSOLUTO

O tal vez sea el anarquista empedernido al que tuve como paciente hace algunos años. Ese anarquista participaba activamente en uno de esos grupos antisistema que tanto pululan en épocas recientes (para desgracia de la humanidad). El anarquista empedernido era encarcelado cada dos por tres, debido a que participaba en trifulcas callejeras, quemaba contenedores, destruía las cajas automáticas de los bancos, y un larguísimo etcétera tan didáctico como enriquecedor. Fueron tantas las veces que ingresó a prisión, que un juez determinó que un psiquiatra debía atender al paciente para que pudiera canalizar toda su rabia (como si eso fuese posible). Está de más informar que el juez me endilgó este caso a mí, pues yo siempre acepto con muchas ganas a toda la fauna que ingresa en prisión por alguna causa u otra. Deben ser estas pulsiones autodestructivas mías que tanto me acucian a tratar pacientes de las índoles más variopintas y peligrosas, y que me impulsa a otorgarles mi diagnóstico tan atinado como ominoso.

Así pues, durante un año tuve que tratar a un anarquista empedernido que nunca estuvo por la labor de colaborar para la rehabilitación de su furia desencadenada. Antes bien, tuve a un paciente que siempre me confrontaba, que aseveraba que el psiquiatra es un acomplejado burgués que se siente superior a los pacientes a los que expolia con falsos análisis humillantes, debido a que es un capitalista explotador y malnacido.

–Su diagnóstico sobre los psiquiatras es muy atinado…
Usted debería ser psiquiatra.


Está de más aclarar que mi broma no le hizo ninguna gracia. Al anarquista empedernido le gustaba confrontar a la gente, pues a mí también, un poquito. Yo dejé que el anarquista empedernido se desfogara, dejé que despotricara contra todo el mundo, dejé que expresara sus deseos “redentores de salvar a la humanidad”, asesinando a todos los políticos fascistas que no hacen sino aplastar al pueblo que los eligieron. Dejé que mostrara su odio furibundo a todos los políticos, banqueros, etcétera, etcétera.

Finalmente, llegó la hora del diagnóstico: le comuniqué al anarquista empedernido que la vida no es sino caminar sobre una cuerda floja encima de un abismo perturbador, oscuro, terrible (sabiendo que a fin de cuentas algún día caeremos en ese abismo). Esta circunstancia genera mucha angustia en el hombre, angustia que ocasiona dolor y resentimiento contra la vida misma. Le dije que la conciencia de la muerte intenta aplacar y reprimir ese resentimiento contra la vida y contra los padres, pero que el resentimiento neurótico logra eludir la acción represora de la conciencia colocándose una máscara. Dado que desear la muerte de los padres es muy horripilante para esa conciencia represora, el resentimiento larvado se disfraza: se manifiesta como un deseo de matar a personas que se parecen a los padres, como los políticos. El anarquista odia el fascismo, porque odia la cópula tan despótica que los padres consumaron para engendrarlo.

–¿Qué leches está usted tratando de decirme: que yo quiero matar a mis padres?

–Es correcto. Usted quiere matar a sus padres porque se odia a sí mismo. Esta es la razón oculta de su anarquismo tan galopante. El anarquismo es un nihilismo absoluto.

Todos albergamos a un salvaje anarquista que de súbito aparece, el del anarquista empedernido aparecía con mayor frecuencia. Está de más aclarar que intentó destruir mi despacho capitalista (aunque no cobro tanto, la verdad sea dicha). En efecto, después de que yo le comunicara mi diagnóstico el anarquista intentó destruir mi despacho, arrojó una silla contra la pared, la otra contra la ventana que rompió (por suerte la silla cayó al pavimento de la calle sin causar ningún daño a ningún transeúnte). De pronto, el anarquista empedernido agarró un cenicero y volteó hacia un cuadro al que le tengo mucho cariño, pues lo heredé de mi abuelo. Intenté detenerlo con la retórica:

–¡Tú quieres matar a todos los políticos, porque odias y quieres matar a tus padres, porque odias haber nacido! ¡No te engañes a ti mismo!

Acto seguido el anarquista intentó agredirme pero yo logré evadir su golpe, contragolpeando con un puñetazo limpio en su nariz que lo arrojó al suelo. Lástima que no había ningún árbitro pugilístico que contara hasta diez. El problema fue que unos días más tarde el anarquista estuvo a punto de incendiar mi consultorio, lo pudo evitar mi secretaria, quien llamó a la policía. El anarquista fue internado en prisión por enésima vez, y juró vengarse de mi persona y de mi diagnóstico capitalista.