domingo, 6 de marzo de 2016

EL ANARQUISMO ES UN NIHILISMO ABSOLUTO

O tal vez sea el anarquista empedernido al que tuve como paciente hace algunos años. Ese anarquista participaba activamente en uno de esos grupos antisistema que tanto pululan en épocas recientes (para desgracia de la humanidad). El anarquista empedernido era encarcelado cada dos por tres, debido a que participaba en trifulcas callejeras, quemaba contenedores, destruía las cajas automáticas de los bancos, y un larguísimo etcétera tan didáctico como enriquecedor. Fueron tantas las veces que ingresó a prisión, que un juez determinó que un psiquiatra debía atender al paciente para que pudiera canalizar toda su rabia (como si eso fuese posible). Está de más informar que el juez me endilgó este caso a mí, pues yo siempre acepto con muchas ganas a toda la fauna que ingresa en prisión por alguna causa u otra. Deben ser estas pulsiones autodestructivas mías que tanto me acucian a tratar pacientes de las índoles más variopintas y peligrosas, y que me impulsa a otorgarles mi diagnóstico tan atinado como ominoso.

Así pues, durante un año tuve que tratar a un anarquista empedernido que nunca estuvo por la labor de colaborar para la rehabilitación de su furia desencadenada. Antes bien, tuve a un paciente que siempre me confrontaba, que aseveraba que el psiquiatra es un acomplejado burgués que se siente superior a los pacientes a los que expolia con falsos análisis humillantes, debido a que es un capitalista explotador y malnacido.

–Su diagnóstico sobre los psiquiatras es muy atinado…
Usted debería ser psiquiatra.


Está de más aclarar que mi broma no le hizo ninguna gracia. Al anarquista empedernido le gustaba confrontar a la gente, pues a mí también, un poquito. Yo dejé que el anarquista empedernido se desfogara, dejé que despotricara contra todo el mundo, dejé que expresara sus deseos “redentores de salvar a la humanidad”, asesinando a todos los políticos fascistas que no hacen sino aplastar al pueblo que los eligieron. Dejé que mostrara su odio furibundo a todos los políticos, banqueros, etcétera, etcétera.

Finalmente, llegó la hora del diagnóstico: le comuniqué al anarquista empedernido que la vida no es sino caminar sobre una cuerda floja encima de un abismo perturbador, oscuro, terrible (sabiendo que a fin de cuentas algún día caeremos en ese abismo). Esta circunstancia genera mucha angustia en el hombre, angustia que ocasiona dolor y resentimiento contra la vida misma. Le dije que la conciencia de la muerte intenta aplacar y reprimir ese resentimiento contra la vida y contra los padres, pero que el resentimiento neurótico logra eludir la acción represora de la conciencia colocándose una máscara. Dado que desear la muerte de los padres es muy horripilante para esa conciencia represora, el resentimiento larvado se disfraza: se manifiesta como un deseo de matar a personas que se parecen a los padres, como los políticos. El anarquista odia el fascismo, porque odia la cópula tan despótica que los padres consumaron para engendrarlo.

–¿Qué leches está usted tratando de decirme: que yo quiero matar a mis padres?

–Es correcto. Usted quiere matar a sus padres porque se odia a sí mismo. Esta es la razón oculta de su anarquismo tan galopante. El anarquismo es un nihilismo absoluto.

Todos albergamos a un salvaje anarquista que de súbito aparece, el del anarquista empedernido aparecía con mayor frecuencia. Está de más aclarar que intentó destruir mi despacho capitalista (aunque no cobro tanto, la verdad sea dicha). En efecto, después de que yo le comunicara mi diagnóstico el anarquista intentó destruir mi despacho, arrojó una silla contra la pared, la otra contra la ventana que rompió (por suerte la silla cayó al pavimento de la calle sin causar ningún daño a ningún transeúnte). De pronto, el anarquista empedernido agarró un cenicero y volteó hacia un cuadro al que le tengo mucho cariño, pues lo heredé de mi abuelo. Intenté detenerlo con la retórica:

–¡Tú quieres matar a todos los políticos, porque odias y quieres matar a tus padres, porque odias haber nacido! ¡No te engañes a ti mismo!

Acto seguido el anarquista intentó agredirme pero yo logré evadir su golpe, contragolpeando con un puñetazo limpio en su nariz que lo arrojó al suelo. Lástima que no había ningún árbitro pugilístico que contara hasta diez. El problema fue que unos días más tarde el anarquista estuvo a punto de incendiar mi consultorio, lo pudo evitar mi secretaria, quien llamó a la policía. El anarquista fue internado en prisión por enésima vez, y juró vengarse de mi persona y de mi diagnóstico capitalista.

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