De todos los pacientes tan variopintos
que he tenido uno de los más enloquecedores fue una mujer africana que fue
detenida porque practicó ilegalmente en España la ablación genital de su hija. La
señora era de armas tomar, y en el juicio en su contra por haber perpetrado
dicha barbaridad, intentó agredir al juez que dictaminó una sentencia
desfavorable. El juez era amigo mío y me pidió que tratara a esta paciente que
gritaba a los cuatro vientos que ella podía hacer con su hija lo que ella
quisiera, que para eso la había engendrado. Yo la traté unas cuantas sesiones,
no obstante, al darme cuenta de que nuestra terapia no iba a ninguna parte, le
mostré a la señora cuán retorcida y enfermiza era su obsesión de lastimar a su
hija en sus genitales:
–Lo que usted en realidad desea es
practicar la ablación genital en su madre, porque usted ha engendrado mucho
asco contra su propia vida.
(Siempre procuro utilizar el usted con
los pacientes para mantener una sana distancia, para no personalizar, para que
el paciente no sienta que lo estoy agrediendo ni ofendiendo cuando tengo que
decir una verdad muy incómoda y más dolorosa.)
La señora africana montó en cólera,
furibunda intentó agredirme con varios objetos, intentó pegarme con sus manos,
por suerte, desde niño yo soy aficionado al boxeo, y tuve la pericia para
esquivar sus golpes y para reducirla, a pesar de que era fuerte como un toro.
Es muy peligroso esto de ser un psiquiatra que tiene la manía de espetar
verdades como puños en las caras de sus pacientes.
En efecto, esta manía tan enfermiza que
tienen las mujeres africanas que practican la ablación genital de sus hijas, de
sus nietas o de sus sobrinas, es una muestra más de este resentimiento tan
demencial que ha engendrado la conciencia de la muerte. Las mujeres africanas
que practican dicha atrocidad están liberando el resentimiento larvado que
tienen contra su propia vida, contra la sexualidad, un resentimiento neurótico
que les provoca trastornos de ansiedad y angustia. En realidad, querrían
practicar dichas ablaciones en los genitales de sus madres, no obstante, ni las
madres lo permitirían, amén de que las conciencias de esas mujeres reprimen ese
deseo con vehemencia, con desazón, pues sería autodestructivo, toda vez que
sería demasiado inquietante, pero menos aberrante que practicarlas en sus
hijas.
Ellas, las niñas, son las víctimas del miedo y el rechazo hacia la
muerte de sus propias madres, abuelas o tías, las cuales abrigan tanto pavor y
repudio hacia la muerte, tanto odio hacia la sexualidad, que incurren en la
aberración demencial de practicar una atrocidad en las hijas, la ablación
genital (las pulsiones de dañar a los genitales, como la violación, es uno de
los trastornos que genera el resentimiento neurótico contra la vida), cuando en
verdad querrían perpetrar dicha ablación genital en sus madres, a fin de desfogar el asco que han
engendrado contra su propia vida. Así de enfermiza, así de retorcida, así de
estólida y de absurda es esa loca de la casa a la que llamamos conciencia.
FRAGMENTO DE EL ÁNGEL EXTERMINADOR
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